sábado, 8 de junio de 2013

Prisionera de su cultura


Por:Verónica Lozada
Reflexión sobre Génesis 29:20-35

A primera vista, encontramos a Lea como un peón en el juego de su padre. Después, al salir Labán de escena la encontramos desenvolviéndose bajo los patrones culturales de su nación; girando en torno a la vida de un hombre, Jacob su marido. Por fortuna, ahí no termina la historia.

Vemos entonces que la tensión que se imprime a la vida de Lea para estar a la altura de las convenciones culturales de sus días es tan opresora y desgastante que al leer su relato sentimos inmediata compasión de ella.

Es muy probable que escuchara el fuerte grito de reclamo que salió de los labios de Jacob al discutir con su suegro el engaño que le aplicó.

Lea tenía claro que no era la amada. Jacob no la había buscado a ella, y  no tenía, absolutamente, ningún deseo por ella. Se sabía menospreciada.

Pero la vida de muchas mujeres en pleno siglo XXI no es muy distinta.

Entretejidas en la cultura se hallan formas de opresión esclavizantes y paralizantes que muchas veces las mismas mujeres no alcanzamos a percibir e incluso colaboramos para perpetuarlas.

Por ejemplo, la organización de la vida doméstica en torno a conceptos que fungen como tabús ordenadores de las relaciones sociales que jamás cuestionamos o desafiamos sino que asumimos como destino manifiesto sin chistar.
Lea comparte muchos de nuestros tabús ordenadores o construcciones sociales: pasársele el tren; el silencio de las mujeres; la moda o costumbre del lugar; aquí así se hace;  las opciones para las mujeres: Casarse-SerEsposa-SerAmadeCasa-SerMadresexualidad impuesta; la mujer objeto; la maternidad como arma; enemistad entre mujeres; sexualidad como arma; machismo; sociedad patriarcal y un larguísimo etcétera.

Cuando Lea da a luz al primer hijo, concibe dos ideas: 1) Que el Señor la ha visto y ha intervenido en su vida doméstica y 2) le ha dado un hijo para que su marido la voltee a ver y la ame.

Con el segundo, modifica la idea: 1) Idem pero oído y 2) por ello homenajea a Dios con el nombre de su hijo.

Con el tercer hijo Lea vuelve a albergar esperanza que su marido por fin se una a ella, aunque ya no mete a Dios en el asunto, ha aprendido de sus experiencias. Al parecer ha caído en la cuenta que no era como pensaba.

Finalmente, Lea rompe los barrotes de su cárcel y arriba a la paz y a la libertad al caer en la cuenta que estuvo errada. Entiende que Dios respeta la voluntad humana, no la tuerce. Hay cosas que escapan a nuestro control y no podremos cambiar. Lea se rinde, deja de girar en torno a un hombre e inicia el proceso de SER ella.

Al concebir al cuarto hijo, Lea dice: Esta vez alabaré (yo) al Señor.

¿Qué aprenderemos de la experiencia de esta mujer?
Sin duda hay muchísimas lecturas de la vida de Lea, sobresale una. En la búsqueda de nuestra identidad es posible sustraernos de las imposiciones culturales que presionan para imponernos patrones de pensamiento y conducta. Lea cambió a tiempo el enfoque de su vida y el panorama fue diferente.
               Desde la fe, una mujer no puede girar en torno a un hombre. No podemos someternos a la opresión de vivir vidas frustradas, dependientes, amargadas, irrealizadas e infelices y transferir lo mismo a nuestras siguientes generaciones. Cuestionar, reflexionar y romper esas prisiones culturales es nuestro desafío.

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