Por:Verónica Lozada
Reflexión sobre Génesis 29:20-35
A primera
vista, encontramos a Lea como un peón en el juego de su padre. Después, al
salir Labán de escena la encontramos desenvolviéndose bajo los patrones culturales
de su nación; girando en torno a la vida de un hombre, Jacob
su marido. Por fortuna, ahí no termina la historia.
Vemos entonces que la tensión que se imprime a
la vida de Lea para estar a la altura de las convenciones culturales de sus
días es tan opresora y desgastante que al leer su relato sentimos inmediata
compasión de ella.
Es muy probable que escuchara el fuerte grito
de reclamo que salió de los labios de Jacob al discutir con su suegro el engaño
que le aplicó.
Lea tenía claro que no era la amada. Jacob no
la había buscado a ella, y no tenía,
absolutamente, ningún deseo por ella. Se sabía menospreciada.
Pero la vida de muchas mujeres en pleno siglo
XXI no es muy distinta.
Entretejidas en la cultura se hallan formas de
opresión esclavizantes y paralizantes que muchas veces las mismas mujeres no
alcanzamos a percibir e incluso colaboramos para perpetuarlas.
Por ejemplo, la organización de la vida
doméstica en torno a conceptos que
fungen como tabús ordenadores de las
relaciones sociales que jamás cuestionamos o desafiamos sino que asumimos como
destino manifiesto sin chistar.
Lea comparte muchos de nuestros tabús
ordenadores o construcciones sociales: pasársele
el tren; el silencio de las mujeres;
la moda o costumbre del lugar; aquí así
se hace; las opciones para las mujeres: Casarse-SerEsposa-SerAmadeCasa-SerMadre; sexualidad
impuesta; la mujer objeto; la maternidad como arma; enemistad entre mujeres; sexualidad como arma; machismo; sociedad patriarcal y un larguísimo etcétera.
Cuando Lea da a luz al primer hijo, concibe dos
ideas: 1) Que el Señor la ha visto y ha intervenido en su vida
doméstica y 2) le ha dado un hijo para que su marido la voltee a ver y la ame.
Con el segundo, modifica la idea: 1) Idem pero oído
y 2) por ello homenajea a Dios con el nombre de su hijo.
Con el tercer hijo Lea vuelve a albergar esperanza
que su marido por fin se una a ella, aunque ya no mete a Dios en el asunto, ha aprendido
de sus experiencias. Al parecer ha caído en la cuenta que no era como pensaba.
Finalmente, Lea rompe los barrotes de su cárcel y arriba a la paz y a la libertad al caer en
la cuenta que estuvo errada. Entiende que Dios respeta la voluntad humana, no
la tuerce. Hay cosas que escapan a nuestro control y no podremos cambiar. Lea se
rinde, deja de girar en torno a un hombre e inicia el proceso de SER ella.
Al concebir al cuarto hijo, Lea dice: Esta vez alabaré (yo) al Señor.
¿Qué aprenderemos de la experiencia de esta mujer?
Sin
duda hay muchísimas lecturas de la vida de Lea, sobresale una. En la búsqueda
de nuestra identidad es posible sustraernos de las imposiciones culturales que
presionan para imponernos patrones de pensamiento y conducta. Lea cambió a tiempo el
enfoque de su vida y el panorama fue diferente.
Desde la fe, una mujer no puede girar en torno a un hombre. No podemos
someternos a la opresión de vivir vidas frustradas, dependientes, amargadas,
irrealizadas e infelices y transferir lo mismo a nuestras siguientes generaciones. Cuestionar,
reflexionar y romper esas prisiones culturales es nuestro desafío.
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