Es domingo temprano, me estoy lavando los dientes y me informa mi hija que Sanjuana Martínez publicó un comunicado, lee en voz alta para las dos: “El precio de denunciar”.
El relato es estremecedor, paro de lavarme los dientes, no me quiero perder ni una palabra. Me inunda la indignación por el abuso. Me quiebro cuando escucho:
En ese momento estoy llorando a todo lo que da. La suma de absurdos del caso es una estampa de toda la maldad que puede anidarse en la decadente naturaleza humana. ¿Cómo enfrenta una mujer a un marido abusador cuándo se trata de un fiscal del Tribunal Supremo? ¿Cómo puede entender que su abusador detente una posición de combate a la impunidad? ¿Cómo explicarse que un conferencista y especialista en violencia de género sea el perpetrador de abusos contra su propia ex mujer e hijos? ¿Cómo se puede esbozar una sonrisa de satisfacción ante el dolor de aquellos a quienes se supone debes amar?“Me sacan de mi casa policías con armas largas. De pronto veo a lo lejos a mi ex marido Carlos Castresana Fernández, fiscal del Tribunal Supremo de España y ex director de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala de la ONU, conferencista y especialista en violencia de género. Tiene una sonrisa de satisfacción...”
Me he identificado profundamente con Sanjuana, al acordarme de la historia de la amiga de una amiga, ya saben, creo que así se dice.
Esta amiga de una amiga estuvo casada por catorce años con un “pastor”. Vivió un infierno de violencia empezando desde la verbal y psicoemocional, hasta la violencia física con amenaza de su vida y la de sus hijos, pasando por otras formas de violencia, agravada por el silencio cómplice en el que vivió para mantener la fachada de la honorabilidad de la familia y la reputación del pastor, por aquello de que –para que mis hijos no crezcan sin un padre. Hasta el día que huyó con sus hijos pequeños para salvar la vida. Y todo el largo combate que ha seguido para tener un ambiente sano en la familia, porque todo este tiempo el “honorable pastor” no ha aportado su obligación de alimentos aunque sigue buscando oportunidades para infundirles terror o amenazas.
No hay que equivocarse. Estas muestras de conductas aberrantes afortunadamente no representan a todos los hombres. Hombres y mujeres no somos enemigos; podemos convivir pacíficamente y en amor. Pero de que los hay, los hay. Existen los “honorables Carlos Castresana”; y los, como el “pastor” ex marido de la amiga de una amiga, pero ellos no representan a los hombres, sólo son malos remedos.
Celebro con mucho júbilo la libertad de Sanjuana. Desde que supimos de su detención nos entristecimos mucho. Combatimos su detención en la esfera espiritual orando por su liberación, la integridad física de la periodista y de sus hijos; pero además también de forma muy modesta la combatimos en lo material desde la arena del Twitter y aunque sabíamos que no los vería al momento, dejamos frases de aliento y consuelo para que en algún momento las integre a sus reservas de fortaleza: @SanjuanaMtz en apuros,mas no desesperados;perseguidos,mas no desamparados; derribados,pero no destruidos//Amparo d lo Alto s/ti, no temas (sic).
Tristemente, esta juez represora es mujer, y no es el único caso que se da en el país. Tristemente, se dice por ahí que no existe peor enemiga de una mujer, que otra mujer. Tristemente, ante el caso de violencia contra la mujer, persiste el afán de criminalizarlas a ellas y justificar al agresor. Y esas percepciones no respetan terrenos, pues entre quienes debieran mostrar más piedad o sensatez se encuentran expresiones de tal nivel de impiedad e indiferencia humana que sinceramente en ese momento se antoja bajarse de esta bola rodante. Pero no nos rendimos, por el contrario, nos levantamos y estamos en pie bien firmes.
Sobre la detención de Sanjuana hay una lección que todas las mujeres de este país no podemos pasar desapercibida: Sanjuana somos todas.
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