Y oyó Dios el gemido de ellos[1]
El repudio de una tiranía
Desde
tiempos antiguos se tienen registros de las formas en que los pueblos
expresaban su malestar ante los tratos malvados e injustos de sus gobernantes.
La historia da cuenta que hubo desde el pasivo sometimiento hasta las grandes y
cruentas rebeliones para zafarse del yugo de los tiranos.
Con
el título me refiero a una forma bastante singular en que se manifestó el
hartazgo del pueblo hebreo hace como unos seis mil años en Egipto. Narran las Escrituras
en el libro de Éxodo escrito por Moisés, que murió el rey de Egipto[2]
(Faraón)
y seguramente en el imaginario de los hebreos renacía la esperanza de un nuevo
día; deben haber suspirado con alivio pensando que con la muerte de este rey
las cosas mejorarían. La esclavitud, los trabajos forzados, la desintegración
de las familias, la muerte de bebés del sexo masculino (de la que el propio
Moisés se había librado), parecía que podrían llegar a su fin con la muerte de
este temible personaje. Pero las cosas empeoraron. A la información de la
muerte del faraón, se introduce un breve enunciado pero altamente revelador para
indicarnos la condición de servidumbre continuada de los hebreos en Egipto[3].
Así,
lo que pensaron que significaría un buen viraje, representó una vuelta más a la
tuerca de opresión. La servidumbre no sólo continuó sino que se descaró cínicamente; y es entonces cuando dice que: clamaron[4].
Después
de recuperarme del shock y recoger mi mandíbula, les comparto algunos cuestionamientos, que, seguramente les intrigaran: ¿Por qué los hebreos ante la gravedad de la situación
por el empeoramiento de condiciones de opresión eligieron elevar sus quejas a
Dios? ¿Por qué no eligieron otras acciones no tan “pasivas”? ¿Acaso una tiranía
puede caer por el poder de nuestras oraciones o recursos de queja ante Dios?
¿Acaso Dios se interesa por las condiciones materiales de existencia de los
pueblos? ¿No son esas cosas meras trivialidades humanas que nada tienen que ver
con la esfera espiritual en que suponemos a Dios? ¿Existe el deber político
para un pueblo que tiene pacto con Dios?
Sin
duda hay muchas lecturas que podemos darle a este suceso, una emerge con notable claridad: la cosmovisión ejerce una poderosa influencia sobre
la forma de manifestar el repudio a gobiernos tiránicos.
México
no es la excepción. Entre el refinamiento de la maldad para gobernar, unas
leyes que nunca alcanzan al poderoso y un sistema de justicia ciego para
distinguir entre el derecho que le corresponde a cada quien; la sociedad ha
llegado al hartazgo de un sistema que percibe cínico e insultante por injusto y
falaz. Y ante la imposibilidad de sancionarlo mediante las propias leyes, recurre a otras vías.
El
repudio social es una de las válvulas de escape de toda esa irritación y
malestar que provocan las tiranías disfrazadas de democracia[5] y
libertades. Pertenece el repudio a aquellas normas morales no escritas que se han
dado algunas sociedades como forma de sanción a quienes ofenden su
inteligencia, su dignidad y su derecho a una vida libre de violencia en
cualquiera de sus formas y mucho más cuando esta violencia se percibe viniendo
de personajes que deberían ser ejemplo de virtud, precisamente por subirse a la
escena pública en aras del bien común, como se suponen los fines de la tarea
política o de los políticos.
El
suceso de la Universidad Iberoamericana (UIa) ante la visita de Peña Nieto el histórico 11 de mayo de 2012, es irrefutablemente un botón de muestra de lo que significa el
repudio social a lo que se percibe como reprochable. Si la sociedad no
encuentra otros recursos para sancionar conductas que reprueba, el repudio
social sigue siendo la válvula de escape para soltar su presión contenida.
Los
hebreos clamaron a Dios porque en su cosmovisión ellos eran un pueblo que
estaba ligado por un pacto al Dios de Abraham a quien podían requerirle el
cumplimiento de las clausulas del pacto[6].
México no es una nación que reconozca ese pacto y que por tanto pueda recurrir
al recurso de presentar su queja ante Dios por las tiranías gobernantes. Habrá muchos que escarnecerán de esta cosmovisión en uno o en otro
sentido. No obstante, para los hebreos tuvo cabal cumplimiento y fueron librados de la
tiranía de faraón, no sin algunos trabajos, pero finalmente se pudrieron los
yugos.
Mostrar
repudio a los malos gobernantes, no solamente es un derecho que tienen los
gobernados y las naciones, sino además, es un deber moral para aquellos que se
denominen cristianos como gentilicio de Cristo, quien en su día repudió la
injusticia, el abuso contra el débil y derribó estereotipos anacrónicos de opresión
sostenidos por las estructuras políticas y religiosas de su día.
El
censo INEGI 2010 presume un 83.9 por ciento de católicos y un 7.6 por ciento de protestantes o
evangélicos, ambos bajo credo cristiano. ¿Acaso un 91.5 por ciento de “cristianos” no
tienen consenso en el estándar de moralidad que debiera probar un político que
aspire a gobernar la nación? Sí así fuera, no habría tal disensión sobre la
acción que realizaron los valientes estudiantes de la Ibero. Todos estarían de acuerdo. Evidentemente, los “cristianos” de esta nación no comparten un
banco ideológico común que defina y entienda el concepto de justicia, de
probidad, de dignidad humana, de cristiandad pues. Porque ante ATENCO, la
actitud jactanciosa y desafiante de quien amenaza nuevamente con la fuerza del
Estado sin mostrar el menor pudor o recato o un mínimo asomo de arrepentimiento,
merece mucho más que repudio. ¿Por qué no habría entonces que mostrarlo? Es lo
mínimo para expresar decencia.
El
repudio social obedece a un conocimiento básico: el de la necesidad del acto
libre y responsable de despreciar aquello que daña a todo el colectivo y que
amenaza su supervivencia. Asentar un no rotundo a quienes a través de medios
malvados llegan al “éxito” o se hacen del poder. Si bien, el repudio social no
es la gran cosa, pero al menos es un grito de inconformidad y el uso de una
facultad que echa mano de uno de los más grandiosos dones de la raza humana: la
razón.
Durante
décadas esta nación ha sido mudo testigo de malos actos, llegando al mundo al revés
donde a lo malo se le llama bueno. Los políticos nos asaltaron con el arte del
disimulo y de la palabra ambigua. Hablaban mucho y no decían nada y sutilmente
fuimos aceptando esas malas prácticas sin chistar. Privaron al prójimo y a
nosotros mismos de la verdad, todo discurso contaminado con el dulce veneno de
la mentira. Y hemos llegado al punto en que violentamente se dividió a la
nación entre los reblandecidos y los cínicos; los envenenados sumisos y
los abstemios resistentes, no estoy segura que sea tenga alguna utilidad. ¿Cómo
distinguir entre el trigo y la cizaña? Difícil tarea de recuperar esta nación,
pero no hay que perder la esperanza, todavía es posible un mejor mañana.
No
precisamos de guapos y sensacionales políticos, ni de sagaces manipuladores que
hermoseen su imagen para llegarnos al corazón. Tampoco como algún “intelectual”
ha acusado, esperamos a nuestro mesías tropical que venga a salvar la nación (para
los cristianos el Mesías ya vino en la persona de Cristo, y él
volverá por segunda vez, lo afirman las Escrituras). Tampoco esperamos que un
hombre cambie a la nación con solo sentarse en la silla presidencial. Esa es
una falacia. La gobernanza es de todos.
En
cambio, sí precisamos de personas aptas, sencillas, humildes y rectas que amen
a su prójimo. Y si alguien apetece adentrarse en la cosa pública, además de
ser apta tendrá que disponerse a invertir su vida en servir para el bien común.
Y ya imagino cuántos se escandalizarán de mi declaración, aunque no se
escandalicen de todas las trapacerías y el rampante latrocinio como estilo de
vida de los políticos que con tanto furor defienden.
Reitero,
el acto de repudio social hacia Peña Nieto es una forma de comunicarse con
políticos sordos, ciegos y mudos a la sociedad y que solo conciben el poder
como asunto de interés personal. Poder del que también se valen algunos “intelectuales”
que más bien parecen trovadores, que por cierto, nada rezongan cuando se trata de
cuidar los intereses de las oligarquías, los menos (Fobaproa); pero en seguida
gritan populismo rasgándose las vestiduras cuando de velar por los intereses de
los muchos o los más necesitados se trata.
Los jóvenes de la UIa hicieron honor a su lema: “La verdad os libertará”. Decía Bonhoeffer: “No somos Cristo; pero si queremos ser cabalmente cristianos, debemos participar de la generosidad de Cristo con un acto responsable que, en libertad no deja pasar la ocasión y afronta el riesgo; y lo hace con una auténtica compasión que no nace de la ansiedad; sino del amor liberador y redentor de Cristo hacia todos los que sufren. La espera inactiva y la observación silenciosa no son en absoluto actitudes cristianas...[7]”
Aplaudo a esos jóvenes valientes que como seres pensantes resisten y se oponen a que se les imponga un producto maquilado en los medios masivos, pagado además con dinero público. Todo para seguir detentando un poder pervertido derramador de sangre, represor, violador de garantías y en suma malvado.
Quedarse callado ante un panorama de tanta iniquidad e inequidad, de tanta injusticia; un estado de anomia donde el sistema de procuración e impartición de justicia ha dejado de ofrecer respuesta, donde los grandes delincuentes andan libres y salen en las portadas de revistas como finísimas personas mientras que quien roba un pan es condenado a años de cárcel; constituye sin duda un acto de complicidad. Por eso el repudio social en la Ibero es un acto de justicia a favor y en nombre de Atenco y de todos quienes han sufrido el abuso del poder.
Quedarse callado ante un panorama de tanta iniquidad e inequidad, de tanta injusticia; un estado de anomia donde el sistema de procuración e impartición de justicia ha dejado de ofrecer respuesta, donde los grandes delincuentes andan libres y salen en las portadas de revistas como finísimas personas mientras que quien roba un pan es condenado a años de cárcel; constituye sin duda un acto de complicidad. Por eso el repudio social en la Ibero es un acto de justicia a favor y en nombre de Atenco y de todos quienes han sufrido el abuso del poder.
Porque pensamos y discernimos, y porque podemos discriminar entre lo que nos parece correcto e incorrecto y entre aquello que resulta intolerable y a lo que hay que decirle basta, por ello también el ser humano puede repudiar. No tiene nada que ver con cursis descripciones de las buenas maneras, tiene que ver con una moral superior que nos impone el ser seres pensantes y no autómatas movidos por instintos únicamente.
En
cuanto a mí, me adhiero al repudio, pero al mismo tiempo seguiré clamando por
esta nación y en esperanza de que semejante a los hebreos, mi clamor y el de
muchos otros sea oído por el Más Alto Soberano y se pudran los yugos de
servidumbre y la nación sea libre. Que así sea.
[1] La
cita corresponde al libro de Éxodo 2:24. Todas las citas mencionadas corresponden
a la versión Reina Valera, o en
palabras de Carlos Martínez García –la Biblia de Monsiváis
[2]
Libro de Exodo Cap. 2, verso 23: Ex. 2:23
[3] Aconteció
que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían
a causa de la servidumbre, y clamaron
[4]
Éxodo 2:23-24—y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su
servidumbre.
[5]
Nelson Mandela dijo al respecto de la democracia: "Si no hay comida cuando se
tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia
y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una
cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento” Ushuaia, Julio 1998
[6]
Condiciones para la restauración y la
bendición: Deuteronomio 30:1-5
“Sucederá
que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la
maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las
naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios, y
obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos,
con todo tu corazón y con toda tu alma,
entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti,
y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido
Jehová tu Dios. Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas
que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te
tomará; y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y
será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres”.
[7]
Bonhoeffer, Dietrich; Resistencia y
sumisión, Ed. Salamanca, España 2008; p.26
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