lunes, 13 de febrero de 2012

Mujeres tomando su lugar

Por: Verónica Lozada
Ante el Caso "Margarita López, indigena Tzotzil" estremecedora historia que nos hace reflexionar en la enorme
deuda de este país con los más débiles en nuestra sociedad. La historia de Margarita me ha hecho llorar de rabia, de dolor, de indignación pero también de alegría, porque mientras haya una mujer que no se rinda, se levantará un nuevo testimonio del triunfo de la esperanza. A propósito, recordé este discurso pronunciado el 28 de octubre de 2009 en Ciudad del Carmen. Lo presento aquí con algunas modificaciones para su versión en internet. Con mi homenaje a esas mujeres que día a día se enfrentan a "Leviatán" y con unas pequeñas piedritas, tienen el arrojo de desafiarlo. Vaya con todo mi corazón y mi abrazo fraterno.
"No es tan terrible la maldad de los perversos, como el pasmoso silencio de los buenos" Martin Luther King
Exactamente cuatrocientos ochenta y cinco años han pasado, desde que los españoles iniciaron sus esfuerzos de “cristianizar” estas tierras.
    En palabras de Fray Toribio de Benavente, mejor conocido históricamente como Motolinía, --luchaban contra el demonio que tenía sometidos a los pueblos indígenas. Y así, en ese largo esfuerzo por evangelizar al indio, y la fuerte resistencia encontrada, derivó en la persecución contra los sacerdotes indígenas, los nobles y hechiceros que continuaban practicando sus ritos antiguos, y cualquier otra casta de esa sociedad, imponiendo castigos que iban desde los azotes hasta la hoguera y la horca; en suma, cristianización mediante el uso de la fuerza.
    Así,  la violencia se integró a los elementos de la nueva cultura, percibida como consentida por ese nuevo dios. Se dieron las conversiones masivas. Se aceptó la cruz mediante la espada, pero esa conversión no fue hija del convencer, sino del convenir. Algo así como: ¡Para que no me maten!,

¡Siiií, está bien, acepto, soy cristiano. Bautícenme!

    Al fin y al cabo los indios siguieron practicando sus rituales al interior, y la nueva religión al exterior.  
    El Censo INEGI 2010, arrojó un 90% población de credo cristiano. Católicos 83% y un 7% de protestantes. Un país religioso. Un país mayoritariamente "cristiano". Yo lo pongo en duda, pero eso dicen los números. México hoy, a casi cinco siglos de aquella conquista espiritual. Tenemos que admitirlo: ¡No hemos conocido a Dios como nación!
    Ha penetrado la religión. Pero NO ha llegado a penetrar los corazones la doctrina de Aquel que dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

La violencia en cambio, si se instaló en la cultura, junto con la maña y la conveniencia como ingredientes de un estilo de vida para sobrevivir en estas tierras. 
    Y lo más lamentable, es que esa violencia, en todas sus formas, se ejerce sobre el más débil en la sociedad. Es como una pirámide donde quien queda abajo, en la base, tiene que cargar con más atropellos. Así, de forma casi natural, la mujer y el menor forman esa parte más vulnerable.
    De modo que, a cinco siglos de ese esfuerzo por arrancar al indio de las garras de esos demonios paganos, la suerte de sus descendientes, --los del conquistador y el conquistado--, no termina por verse favorecida. Hoy, en medio de un mar de leyes escritas para proteger los derechos de la mujer, del menor, del indígena, y de cada uno de los ciudadanos de esta nación, tenemos que ser testigos del horror que significa el hacer efectivos esos elementales derechos humanos para los más desafortunados.
    Soy Campechana por vecindad, hace más de una década vine a esta isla con tres hijos menores, atravesando una situación de profundo dolor y abatimiento.
·    Conozco por experiencia el sufrimiento de una madre para criar hijos sola,
·    Ser expulsado de un hogar al que te has aferrado para construir una familia,
·   Insultos, desvalorizaciones,  golpes, amenazas de muerte, abandono de responsabilidades del padre de familia, violencia económica-patrimonial, etc.
·    La vergüenza, el miedo a ser rechazado si se enteran de tu situación, temor a la burla, incapacidad para entender tu propia situación, el aislamiento, y tantos procesos de dolor que conlleva esa situación.
·    Y mucho más cuando en tu infancia te ha tocado experimentar ser un menor abandonado.
·    No quieres dejar solos a tus hijos pero tienes que salir fuera a trabajar para cubrir las necesidades.
·    El acoso sexual y las propuestas indecorosas porque piensan que si no tienes marido, seguro estás hambriento de aventuras. El enfrentar acoso laboral, y un trato indigno condicionante el trabajo al cumplimiento de requerimientos sexuales.  
·    Encima, el señalamiento y ensañamiento de las mismas mujeres contra las mujeres. Regateando el respeto y la solidaridad entre tu mismo sexo. Donde se pasa de victima a culpable de forma automática, sin ser escuchada.
·    El estigma de ser madre sola y cargar toda la agresión colectiva a esta situación frente a una paternidad irresponsable que se ha normalizado, y ante la que ya nadie se horroriza. Una nación de huérfanos para los que sólo se les ofrece todos los obstáculos posibles para su desarrollo, pero ningún mecanismo de facilitación a una vida digna.

Qué vergüenza!
Qué injusticia y qué aberrante humillación la que tiene que sufrir un ser humano en su afán de una vida digna en este país.
¡No podemos ser indiferentes a esta realidad!
¡Este es mi caso, pero no es único!
Para ninguno de nosotros es un secreto que este es un panorama cotidiano en la vida de esta nación, y particularmente, en la vida de nuestra amada localidad.
    Tenemos una explosión de violencia, solo asomarse diariamente al periódico y ahí está la prueba fehaciente.
    Es una violencia física, psicológica, material, espiritual, continuada, escalada en intensidad e imparable por lo visto hasta el momento. Pero lo más grave de todo eso, es la insensibilidad de jueces que declaran resoluciones subjetivas basadas en una pírrica interpretación y aplicación de la ley, cuya impartición de justicia lo único que provoca es una profunda impotencia y un distorsionado concepto del Estado de Derecho, donde quien quebranta la ley tiene más consideraciones que las víctimas, dejándolas en un estado peor que antes de denunciar su delito, pues ahora tienen que lidiar con la impunidad, el temor a la venganza del delincuente, la vergüenza y la desconfianza a las instituciones y sus autoridades, generando con ello un mayor desgaste social que conduce a la descomposición acelerada de los diferentes estratos que componen la estructura social.
¡No es de extrañar el aumento en la desintegración familiar, los homicidios por venganza o justicia privada, la violencia sexual, las adicciones y la alarmante ola de suicidios que en este mes ya rebasaron las cifras del 2008!
¡Claramente, esto demuestra la descomposición de la sociedad!
¡Y aquél que piense que no es su problema mientras no le toque a él, está totalmente equivocado!
    Cuando se destruye una familia, se destruye parte de la sociedad; cuando se violenta a una mujer se violenta a todas; cuando se abusa de un menor, se abusa de todos los niños; cuando se mata por venganza, se está mandando un mensaje de la desconfianza en las autoridades para declarar justicia. En síntesis, cuando se tolera la violencia e injusticia en la sociedad, se está tolerando la cancelación de un derecho de concesión divina, el derecho a una vida digna.
¡Esto es inaceptable!
¡No podemos quedarnos como espectadoras!
¿Qué podemos hacer?
¿Qué puede hacer el hombre, la mujer, el ser humano, para la recuperación de una vida digna?
Esta es una gran pregunta en cualquier orden social. Para quienes se atrevan a preguntárselo, y en verdad estén dispuestas a asumir la respuesta, hemos sin duda, que aplicar sabiduría al corazón para llevar a cabo la tarea.
    Y no me refiero a una tarea que deba realizarse desde una posición política. Me refiero a una tarea que realicemos desde nuestras humildes trincheras como amas de casa, como maestras, como enfermeras, como hijas de familia, como hermanas, como madres, como esposas, como profesionistas, como empleadas, como estudiantes, como simples y llanas mujeres que somos.
¡Tenemos que hacer algo!
    La primera tarea viene desde el interior, tomar la resolución de NO ACEPTAR el mal como algo normal, la violencia en cualquiera de sus formas es maldad. No lo aceptemos, no lo toleremos desde lo profundo de nuestro ser humano, repudiemos esa conducta en nosotros y al exterior nuestro. Hagamos el compromiso de honrar y valorar nuestro derecho a ser personas buenas, por elección.
    La segunda tarea es romper el silencio.
Ya hablaste con Dios, ahora habla con tu prójimo. Hay que hablar de nuestra situación personal, pedir ayuda. Busca un buen consejero familiar, un círculo de ayuda, una iglesia que tenga programas de atención a familias,  una ONG, o acércate a las instituciones como el DIF, o el Instituto Nacional de la Mujer (o locales), pregunta por los programas que tienen para ayudar a personas en tu situación.
¡TU NO ESTAS SOLA!
Cada mujer en este país debe saber que sí hay alguien a quien acudir, que hay ayuda para su situación, que hay personas preocupadas por aportar una solución a estos problemas de la comunidad. ¡Que hay esperanza!
Estoy aquí, rompiendo el silencio sobre una situación personal que con la ayuda de Dios superé. Yo te digo, tú también puedes. No estás sola. Juntas tenemos que vencer este ciclo de odio que se repite incesantemente entre nuestra sociedad, como una cultura de muerte.
Como proclamé al principio, citando a Martin Luther King, “nuestra generación no se habrá lamentado tanto de las maldades de los perversos, como del pasmoso silencio de los buenos”.
La pasividad de los buenos, el silencio de los corderitos, es casi siempre, la razón y explicación final del avance del mal en el mundo. No podemos evitar la confrontación de los males sociales, porque así como el bien se encuentra presente, también el mal lo está por todas partes. Es urgente que como mujeres despertemos de ese letargo de silencio cómplice. Y no permitir nuestro acostumbramiento al mal.
Porque uno de los resultados más indeseados es que perdamos la capacidad de asombro, que ya nada nos estremezca, que todo el mal nos parezca normal; o aun peor, convertirnos en morbosas adictivas que demanden más y más sangre. Porque entonces, ese día, estamos siendo peores que ellos y hasta cómplices.
El momento que pasa nuestra sociedad, amerita una respuesta de nuestra parte, es urgente atender estos graves males.
Creo que encaja muy bien la célebre frase del presidente de una nación vecina,
"No preguntes lo que puede hacer tu país por ti.
Pregunta qué puedes hacer tú por tú país".

Esa es la vocación de servicio que se requiere hoy.
   Tenemos que cambiar la mentalidad de que el gobierno tiene que resolver nuestros problemas, todos hacemos el gobierno. Hemos fallado al ser pasivos, apáticos para la participación social, no hemos sido revisores del ejercicio de gobierno.
    Es tiempo que como mujeres TOMEMOS NUESTRO LUGAR. Es tiempo de ejercer nuestra ciudadanía, es tiempo de servir al prójimo en este lugar donde estamos criando a nuestras familias, empezando por nuestras propias casas, es tiempo de dejar de estirar la mano esperando una caridad para resolver nuestras necesidades. Es tiempo que como mujeres saquemos nuestra ciudadanía de debajo del colchón y la pongamos a producir.

·    Es tiempo de que busquemos oportunidades de exaltar las virtudes antes que los vicios
·    Es tiempo que dejemos de ser indiferentes al dolor ajeno
·    Es tiempo de un compromiso ético y moral
·    Es tiempo de conocer nuestros derechos
·    Es tiempo de ejercer nuestra ciudadanía
·    Es tiempo de pasar de las lagrimas al consuelo
·    Es tiempo de dejar de quejarnos
·    Es tiempo de asumir una actitud responsable
·    Es tiempo de repudiar la violencia y mostrar nuestra “cristiandad”
·    Es tiempo de no aceptar nada menos a una vida digna, ESE ES NUESTRO LUGAR.
Si hay un tiempo de hacer algo por nuestra ciudad es hoy, si no somos nosotras, quienes, y si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?

Sin duda, es tiempo de trabajar duro!
Pero tenemos que hacerlo como equipo. Tenemos que involucrarnos en las soluciones y asumir la responsabilidad que como ciudadanas nos corresponde, hay mucho por hacer, hay que prepararse, hay que levantar los brazos caídos, hay mucho por restaurar. Las mujeres pueden ser quienes salven las ciudades. Con esa capacidad que tenemos para aglutinar, como la gallina junta a sus pollitos, con esa virtud de calidez, de afecto, de entrega, de amor, de sacrificio.
    Sea hombres o mujeres, los funcionarios públicos tendrán que afrontar los problemas públicos desde la perspectiva de servidores y no desde una perspectiva machista o feminista y ni siquiera de género, que a veces ni comprenden. Sino una perspectiva de verdadero servicio y atención al problema público en sí. Muchos cifran sus esperanzas en que si las mujeres llegan al poder, las cosas cambiarán, pero si se continua entendiendo el poder como un “poder instrumental”, entonces se continuará en esa utopía de “ilusión del poder”, donde se trata a los funcionarios como si fueran “dioses”, o como si tuvieran una varita mágica con la que pudieran aliviar las miserias humanas. Involucrémonos, revisemos proyectos o programas de gobierno y participemos en elevar problemas hacia la agenda pública. Revisemos como se están gastando nuestros impuestos, si existe voluntad de resolver o solo una voluntad dispendiosa de parte del funcionario. Si dejamos todo a la buena voluntad de quienes encabezan las acciones de gobierno, seguro no lo harán, necesitamos actuar como sociedad para hacer los necesarios contrapesos.
    Es una tarea titánica, todos necesitamos asumir nuestro rol. Es urgente que todas y todos participemos. Yo diría pasa este mensaje como primera tarea, pero no solo es necesario que lo prediques, sino también que lo apliques, y que participes.
Porque de no hacerlo, la parte patética de esto, no es la herida hacia un individuo. Es el clima de odio y de amargura que impregna a nuestra sociedad, son estos abscesos de profunda violencia que brotan como purulencias. Hoy es una mujer. Mañana puede ser cualquier otra, no importa quién, niña, niño, joven. Tengo la esperanza que aprendamos del hoy para remediar el mañana.
    Porque, irremediablemente, mientras el espíritu se halle esclavizado, por esos horrendos verdugos, jamás podrá ser libre. La libertad de pensamiento, la libertad en el ser mismo, el firme sentido de quien uno es, la identidad. Esa sin duda, es el arma más poderosa contra las terribles tinieblas de la subyugación humana. No existe ninguna ley humana que pueda garantizar esta clase de libertad. Pero si es posible que como mujeres, como seres humanos, no nos rindamos en una lucha de vida para alcanzar nuestra dignificación, hasta que podamos firmar con nuestro propio nombre y nuestra propia humanidad, y con un espíritu extendido hacia la verdadera libertad, donde rechacemos con firmeza las cadenas de la despersonalización y nos digamos a sí mismas y al mundo: “Yo soy alguien, soy una persona. Soy una mujer con dignidad y con honor. Tengo una historia propia.”
¡Que este sea el objetivo!
    Revertir esta inercia de corrupción y muerte, para hacer un lugar donde cada uno de nuestras autoridades que toman decisiones trascendentes para la vida de este territorio, jueces del poder judicial, sean hombres o mujeres; y cualquier otra persona en autoridad de cualquier nivel consagre sus labios a pronunciar verdad, a declarar justicia, a dar a cada quien lo suyo sin discriminación de género, de clase social, de poder económico, de apellido o de partido. Un lugar donde la gente pueda palpar el respeto al ser humano como valor predominante, donde a nadie se le cancele la esperanza y se le someta a un desierto de desesperación, y entonces sí, en esta nación se vislumbre la fraternidad humana, enunciada por el Maestro, con aquellas vigentes palabras: -ama a tu prójimo como a ti mismo.

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